Me dirás, Señor: «Ven, bendito, a disfrutar de la Vida eterna»:

porque vivía cerca de ti y tenías palabras cálidas cada mañana,

porque comprabas en la tienda y eras cercano y tierno,

porque cuando estando pachucho, me cuidaste y me dedicaste tu tiempo,

porque cuando me sentí triste, siempre intentaste levantarme el ánimo,

porque cuando estaba sólo, tenías un rato para mí,

porque cuando hice mal un trabajo, supiste disculparme,

porque cuando nadie me entendía, encontré tu apoyo incondicional,

porque cuando barría tu calle, con tu mirada me dignificabas,

porque cuando te hice una obra, valorabas mi trabajo y me hacías sentir importante,

porque cuando me rechazaron, tú te molestaste en escucharme,

porque cuando llamé a tu puerta, me sentaste a tu mesa, sin miedo ni ascos,

porque cuando te pedí un favor, me hiciste sentir que te lo hacía yo a ti,

porque cada vez que me pedías algo, me diste la oportunidad de ser solidario,

porque cuando tenía mal aspecto, te acercaste sin reparos,

porque cuando otros me increpaban, tú encontraste algo positivo en mí,

porque cuando estaba cansado, adivinaste mi necesidad y me descansaste,

porque cuando me sentí incomprendido, tú tenías la capacidad de entenderme,

porque cuando nadie creía en mí, tú me defendiste y apostaste por mi persona,

porque cuando trabajamos juntos, tú creaste clima de fiesta y de alegría,

porque cuando subimos juntos en el ascensor, tú me alegraste el día con tu sonrisa,

porque antes de que tuviera una ilusión, tú ya estabas intentando satisfacérmela,

porque cuando viajamos juntos en el metro, tu mirada me hizo sentir único,

porque llenaste mi vida de sorpresas,

porque no se te olvidó una fecha importante,

porque tus llamadas de teléfono alegraron mis noches,

porque tus caricias sacaron música de mi cuerpo,

porque hiciste que la vida de mucha gente fuera un poco más bonita,

porque te regalaste en gestos de ternura … (se podría continuar)

Por haber sido un regalo en este mundo,

ven aquí, bendito de mi Padre.

Mari Patxi Ayerra